
Es mediodía en el Hospital de Niños de La Plata y Ari avanza despacio, guiado por su tutora, entre camillas, sillas de ruedas y puertas con dibujos. Hace apenas unas semanas que empezó a recorrer los pasillos y ya es parte del paisaje. Su andar tranquilo se vuelve un pequeño acontecimiento cotidiano, una pausa en el ruido de monitores y corridas.
Ari es un perro de terapia y, desde hace ocho meses, forma parte de una iniciativa impulsada por la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires y el Observatorio del Vínculo Humano Animal de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) de Florencio Varela. Esta experiencia tiene su antecedente inmediato en el programa “Staff canino”, implementado en el Hospital El Cruce de Florencio Varela. Se trata de una propuesta que busca incorporar animales de asistencia en instituciones públicas de salud.
En este caso el objetivo es simple pero poderoso: mejorar el bienestar emocional de las niñas, niños y adolescentes internados o en tratamiento, a través del vínculo con perros entrenados. No es novedad en el mundo, pero sí en la Provincia, y Ari es el primer paso.
“Después de muchos meses de trabajo, Ari comenzó a trabajar con niñas y niños pacientes del hospital”, explican desde la Defensoría. En esta primera etapa, su rutina diaria consistió en caminar junto a su tutora por los corredores del hospital, habituarse al entorno, al ritmo y a los olores. En los próximos días se sumará un guía estable que lo va a acompañar cada mañana. La idea es que su presencia no sea eventual ni esporádica: que Ari esté allí cada día, como un integrante más del equipo de salud.
El programa surgió como una propuesta formal de la Defensoría a la dirección del hospital, con la convicción de que las terapias asistidas con animales pueden ofrecer beneficios concretos en contextos de internación. “La presencia de un perro reduce el estrés, alivia la ansiedad y genera un entorno más amigable para los chicos y chicas que atraviesan situaciones difíciles”, explican desde el Observatorio. “Este tipo de intervenciones también ayudan a fortalecer la relación entre el paciente y el equipo médico”.
Ari no nació en La Plata. Su historia comienza en un lugar muy lejano: Ucrania. Llegó a Argentina escapando de la guerra junto a una voluntaria que lo rescató. Su historia —marcada por el exilio, la resiliencia y el afecto— lo convirtió en símbolo de un proyecto que también busca sanar desde otro lugar. No es solo un perro bonito que recorre habitaciones: Ari es, en sí mismo, una historia de cuidado.
Tiene pelaje oscuro con manchas de marrón claro en sus patas y cara, ojos atentos y una calma que contagia. Su entrenamiento está a cargo de profesionales que trabajan en conjunto con la Defensoría y con el Hospital de Niños. La tutora que lo acompaña cada mañana forma parte esencial de su proceso de integración, respetando sus tiempos y ayudándolo a incorporarse a la dinámica hospitalaria con naturalidad. “Queremos que esto sea sostenible, no una experiencia aislada. Por eso avanzamos paso a paso, con responsabilidad y profesionalismo”, comentan desde el Hospital.
La propuesta cuenta también con el aval del equipo médico del hospital, que observó de cerca experiencias similares en otros países y coincidió en la necesidad de encontrar nuevas herramientas de acompañamiento emocional. Ari no reemplaza ninguna práctica médica, pero suma: rompe el hielo, permite otras formas de diálogo, abre puertas donde el lenguaje no alcanza.
“Cuidar también es esto. Es pensar en todas las formas posibles de aliviar un poco el dolor, de hacer que la espera sea menos pesada”, dice Guido Lorenzino, Defensor del Pueblo de la provincia de Buenos Aires. “Con Ari buscamos que cada chico o chica que entra al hospital sepa que no está solo, que hay ternura, empatía y otra manera de mirar la salud”.
En un rincón del hall central, mientras los adultos hablan entre sí y revisan papeles, Ari se tumba sobre el piso fresco. Un niño en silla de ruedas se acerca despacio. Lo toca apenas, con una mano. Ari no se mueve. Solo levanta los ojos. Es un segundo ínfimo, casi imperceptible. Pero ahí, en ese instante suspendido, ya se está cumpliendo el propósito de toda la iniciativa.